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The Reformation Herald Online Edition

Un Mensaje para los Últimos Días

Sábado, 7 de diciembre de 2024
Sé, Pues, Celoso y Arrepiéntete
Daniel Lee, EE.UU.
LA NATURALEZA DEL ARREPENTIMIENTO GENUINO

La primera cuestión que se debe resolver es: ¿Qué es el arrepentimiento genuino? En segundo lugar: ¿De qué puede llegar a arrepentirse un pueblo que ya guarda los mandamientos de Dios, incluido el sábado, y vive una vida intachable en lo que a conducta moral se refiere?

La fe en Dios y su fruto de arrepentimiento por el pecado son el resultado natural y automático de la comunión con Dios. La revelación de la bondad y la justicia de Dios, obtenida únicamente mediante una conexión activa con …l, es lo que lleva a los hombres al arrepentimiento (Romanos 2:4). Sin esta comunión, no hay arrepentimiento genuino. Cuanto más habla el alma con Dios, cuanto más se familiariza con …l, más se fortalece la convicción de pecado y más profundo e intenso es el arrepentimiento.

“Cuanto más nos acerquemos a él y cuanto más claramente discernamos la pureza de su carácter, tanto más claramente veremos la extraordinaria gravedad del pecado y tanto menos nos sentiremos tentados a exaltarnos a nosotros mismos. Habrá un continuo esfuerzo del alma para acercarse a Dios; una constante, ferviente y dolorosa confesión del pecado y una humillación del corazón ante él. En cada paso de avance que demos en la experiencia cristiana, nuestro arrepentimiento será más profundo.”1

De Enoc es dicho, que “cuanto más íntima era su unión con Dios, tanto más profundo era el sentido de su propia debilidad e imperfección.”2

El arrepentimiento no puede producirse artificialmente. No se obtiene mecánicamente; no puede generarse como otros impulsos de las emociones humanas. Se trata simplemente del Espíritu Santo tocando las cuerdas del corazón humano, fundiéndolo y sometiéndolo bajo su fuerte poder de convicción. Entonces se produce el arrepentimiento genuino. La tristeza por el pecado y el arrepentimiento son la respuesta natural y automática del agente humano a la obra del Espíritu de grabar constantemente en la mente la belleza del carácter de Dios en Cristo Jesús. Cuando el creyente contempla constantemente a Jesús y le abre su corazón como amigo en santa comunión, se despoja de toda justicia propia y bondad imaginaria, y la desnudez del alma queda al descubierto. Entonces su alma se inclina naturalmente en contrición, humillada y penitente.

“Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de Cristo, que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda mancha de pecado, y descubre la deformidad y los defectos del carácter humano. Hace patentes los deseos profanos, la incredulidad del corazón y la impureza de los labios. Los actos de deslealtad por los cuales el pecador anula la ley de Dios quedan expuestos a su vista, y su espíritu se aflige y se oprime bajo la influencia escrutadora del Espíritu de Dios. En presencia del carácter puro y sin mancha de Cristo, el transgresor se aborrece a sí mismo.”3

EL ARREPENTIMIENTO DE ISAÍAS: UN MODELO PARA LA IGLESIA DE DIOS DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

Cuando el profeta Isaías contempló la gloria de Dios en el templo, quedó impactado y abrumado por un sentimiento de su propia debilidad moral e imperfección de carácter. El grito desesperado del profeta fue: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Antes de tener este encuentro personal con Dios en el santuario, el cual le cambió la vida, se había sentido inclinado a reprender los pecados de los demás. Con las siguientes severas palabras, señaló los pecados de los demás: “¡Ay del impío! Mal le irá, porque según las obras de sus manos le será pagado” (Isaías 3:11). “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida!” (Isaías 5:20–22).

Aunque el profeta se había sentido inducido a condenar la iniquidad imperante a su alrededor en su celo por Dios, no estaba necesariamente convencido de su propia pecaminosidad en esa etapa de su camino espiritual. No fue hasta aquel decisivo encuentro con Dios en el templo cuando el profeta comprendió algo de su propia pecaminosidad, en marcado contraste con la gloria de Dios, tan vívidamente grabada en su mente y en su corazón. Como resultado de aquel inolvidable encuentro, “Ay de los” se convirtió en “Ay de mí”.

“Isaías había condenado los pecados de otros; pero ahora se vio a sí mismo expuesto a la misma condenación que había pronunciado contra ellos. En su culto a Dios se había contentado con una ceremonia fría y sin vida. No se había dado cuenta de esto hasta que recibió la visión del Señor. Cuán pequeños le parecieron entonces sus talentos y su sabiduría al contemplar la santidad y majestad del santuario [celestial]. ¡Cuán indigno era! ¡Cuán incapaz para el servicio sagrado! La forma en que se vio a sí mismo podría expresarse en el lenguaje del apóstol Pablo: ‘¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?’” 4

La iglesia remanente de Dios hoy en día, aunque es objeto de la suprema consideración de Dios, está tan ciega a su verdadero estado espiritual, como lo estaba el profeta Isaías, antes de su encuentro personal con Dios en el templo. Lamentablemente, su elevada condición de depositaria de las verdades sagradas y su conducta intachable han producido en ella el efecto indeseable de pensar que está en mejor posición de la que realmente está. Su estimación de su propia condición espiritual difiere ampliamente de la del Testigo Fiel y Verdadero, Quien dice: “No sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Sin ser verdaderamente consciente de su auténtico estado, exclama con confianza: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Apocalipsis 3:17). Mientras el pueblo de Dios se regocije en esta actitud triunfalista y autocomplaciente, engañado por la magnitud de su supuesta bondad, el Espíritu Santo no puede convencer de pecado. No puede haber genuino arrepentimiento doloroso y confesión de pecado, ni comunión real con Dios, a menos que este pernicioso estado mental sea resueltamente desechado y abandonado.

En tiempos de Jesús, tanto los escribas como los fariseos, se enorgullecían de su propia y artificial justicia. El llamado de Juan el Bautista, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2), no les causó ninguna impresión. La invitación a arrepentirse les resultaba desagradable. Cegados por sentimientos de elevada superioridad espiritual en virtud de su afinidad con Abrahán y sus multitudinarias reformas orientadas a las obras, su rígido formalismo, no sentían ninguna necesidad de un Salvador, ninguna necesidad de humillarse y confesar sus pecados, y ciertamente ninguna necesidad de arrepentimiento. Jesús describió a estos autoengañados que profesaban la religión de Su tiempo como “…sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27). Estos habían confundido la conformidad externa a las normas y reglamentos con la justicia que brota naturalmente del interior del corazón. Desconocían la mansedumbre y la humildad de corazón que sólo se obtienen en la escuela de Cristo, que sólo se aprenden mediante la comunión constante con Él.

La exhortación que se encuentra en el mensaje a la iglesia de Laodicea, “Sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:19), aunque impopular, debe, sin embargo, ser tomada muy en serio por cada miembro de la iglesia en la actualidad. Vivimos en el período de Laodicea. Por lo tanto, este llamado al arrepentimiento es un deber actual. No atender a este llamado resultará en ser categóricamente vomitado de la boca de Cristo, un acto de absoluto rechazo. En la vida de los que han atendido al llamado de arrepentimiento se verá una humillación, una renuncia y una entrega de sí mismos como la que experimentó el profeta Isaías en el templo al contemplar la gloria de Dios. Únicamente aquellos que, como Isaías, se encuentren por la fe con Dios en el santuario, tendrán el privilegio de conocer algo de la bondad de Dios que les llevará al arrepentimiento (Romanos 2:4).

“La visión que le fue dada a Isaías representa la condición del pueblo de Dios en los últimos días. Este tiene el privilegio de ver por fe la obra que se está realizando en el santuario celestial: ‘Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo’. Mientras el pueblo de Dios mira por fe dentro del lugar santísimo, y ve la obra de Cristo en el santuario celestial, percibe que es un pueblo de labios inmundos; y pueblo cuyos labios con frecuencia han hablado vanidad, y cuyos talentos no han sido santificados y usados para la gloria de Dios. Bien podría desesperarse al contrastar su propia debilidad e indignidad con la pureza y el encanto del glorioso carácter de Cristo. Pero si lo desea, recibirá como Isaías la impresión que el Señor quiere hacer en el corazón. Hay esperanza para él si quiere humillar su alma ante Dios. El arco de la promesa está por encima del trono, y la obra hecha para Isaías se hará para el pueblo de Dios. Dios responderá a las peticiones que se eleven de los corazones contritos.”5

EL DÍA DE LA EXPIACIÓN TIPIFICA EL ARREPENTIMIENTO

La visión de Isaías de Dios en el templo es un símbolo de la experiencia del pueblo de Dios en los últimos días. Por la fe, tendrán el privilegio de seguir a Jesús en el lugar santísimo. Al estar en comunión con …l y contemplar su obra final en el santuario, comprenderán algo de su gran amor al borrar para siempre sus pecados de la memoria y de los libros de registro; discernirán más claramente el alcance de la impureza de sus corazones y la deformidad de sus caracteres en marcado contraste con la pureza de Cristo. Como resultado, su arrepentimiento se profundizará inmensamente. Suspirarán y clamarán y llorarán entre el pórtico y el altar; afligirán sus almas y suplicarán fervientemente por la pureza de corazón.

“Todos necesitan llegar a ser más inteligentes respecto de la obra de la expiación que se está realizando en el santuario celestial. Cuando se vea y comprenda esa gran verdad, los que la sostienen trabajarán en armonía con Cristo para preparar un pueblo que subsista en el gran día de Dios, y sus esfuerzos tendrán éxito. Por el estudio, la contemplación y la oración, los hijos de Dios serán elevados sobre los pensamientos y sentimientos comunes y terrenales, y serán puestos en armonía con Cristo y su gran obra de purificar el santuario celestial de los pecados del pueblo. Su fe le acompañará en el santuario, y en la tierra los adoradores estarán revisando cuidadosamente su vida, comparando su carácter con la gran norma de justicia. Verán sus propios defectos.”6

QUE TODA LA PECAMINOSIDAD HUMANA SEA EXPUESTA Y HAYA ARREPENTIMIENTO

El creyente penitente realmente no tiene idea de la magnitud de la pecaminosidad de su vida. Es incapaz de percibir con su mente la enormidad de la culpa de sus transgresiones y pecados. Por eso, en un momento dado, su arrepentimiento nunca es lo suficientemente profundo. ¡No sabe de qué arrepentirse! No se da cuenta de que está mucho más en deuda con la ley de Dios de lo que se arrepiente y confiesa cada día. Los libros de registro en el santuario contienen muchos más pecados de los que habitualmente se arrepiente y confiesa a diario.

“La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada e imputada ya como señal de fidelidad ya de infidelidad. Frente a cada nombre, en los libros del cielo, aparecen, con terrible exactitud, cada mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada pecado secreto, con todas las tretas arteras. Las admoniciones o reconvenciones divinas despreciadas, los momentos perdidos, las oportunidades desperdiciadas, la influencia ejercida para bien o para mal, con sus abarcantes resultados, todo fue registrado por el ángel anotador.”7

Incluso los pecados que aún no se han cometido en la práctica se registran en los libros del cielo, y testificarán contra los hombres en el juicio.

“La ley de Dios penetra en los sentimientos y los motivos, así como en las acciones externas. Revela los secretos del corazón, arrojando luz sobre cosas antes enterradas en la oscuridad. Dios conoce cada pensamiento, cada propósito, cada plan, cada motivo. Los libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiera habido oportunidad. Dios juzgará toda obra y todo secreto.”8

En términos ideales, cuanto más se exponga y se saque a la luz la propia pecaminosidad, más profunda será la obra de arrepentimiento. Lamentablemente, la comprensión de la pecaminosidad de la vida de una persona puede verse gravemente distorsionada e incluso desdibujada como resultado de las reformas constructivas introducidas en la vida en el momento de la conversión. La introducción de modificaciones positivas en la dieta, la vestimenta, la actitud y la conducta a menudo lleva a muchos a pensar (erróneamente) que se han vuelto cada vez más justos y, por lo tanto, cada vez menos pecadores. Este es el autoengaño en su máxima expresión; es la esencia misma del estancamiento de Laodicea que dice: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”. No hace falta decir que es mucho más fácil caer en esta trampa de lo que mucha gente cree. De hecho, es la condición de muchas personas en la iglesia, aunque puede no ser discernida y reconocida. Esto explica por qué de Laodicea, Jesús exclamó: “No sabes…” En definitiva, esta actitud es deplorable y afecta mucho al grado de arrepentimiento que se siente.

UNA OBRA DE PROFUNDO ARREPENTIMIENTO QUE PRECEDE A LA EXPIACIÓN Y PURIFICACIÓN FINALES

En los últimos días, Dios tendrá un pueblo que estará estrechamente vinculado a su Hijo en el contexto de su ministerio final en el lugar santísimo. Estos serán llevados a comprender plenamente el alcance de la pecaminosidad de sus vidas, incluso hasta el punto de la desesperación. Lo discernirán claramente en contraste con la belleza incomparable de Cristo. Entonces serán guiados por el Espíritu Santo a abandonar la mentalidad laodicense tan predominante en las iglesias de estos días y pasarán por una catarsis espiritual caracterizada por un profundo examen de conciencia y un profundo arrepentimiento. Esta experiencia será similar a la que vivió Isaías, excepto que será mucho más intensa y sostenida. Esta experiencia, denominada “aflicción del alma” (Levítico 16:29; 23:27–32) es lo que prepara a la iglesia remanente para la expiación y purificación finales.

“La visión de Zacarías con referencia a Josué y el Ángel se aplica con fuerza especial a la experiencia del pueblo de Dios durante las escenas finales del gran día de expiación…

“Como Josué intercedía delante del Ángel, la iglesia remanente, con corazón quebrantado y ardorosa fe, suplicará perdón y liberación por medio de Jesús su Abogado. Sus miembros serán completamente conscientes del carácter pecaminoso de sus vidas, verán su debilidad e indignidad, y mientras se miren a sí mismos, estarán por desesperar.”9

En este momento se requiere una obra de profundo autoexamen y arrepentimiento (Joel 2:13). La adhesión habitual en la iglesia a ritos y ceremonias fríos, sin espíritu y formalistas, no será suficiente para que esto suceda. Ni la predicación habitual de sermones teóricos y sin vida, ni el ofrecimiento de oraciones anémicas y mecánicas en la iglesia y en el hogar, conducirán a esta experiencia. Sólo será de beneficio una religión práctica, caracterizada por la búsqueda incesante de Dios en una comunión diaria y a cada hora, y mediante la afinidad con …l.

Puesto que ahora estamos viviendo durante el día antitípico de la expiación, no se trata de un asunto habitual en la iglesia. La aflicción del alma es la orden de marcha de Cristo a la iglesia remanente. Jesús está a punto de hacer su expiación final; está a punto de dar la orden: “Quitadle esas vestiduras viles… y te he hecho vestir de ropas de gala” (Zacarías 3:1–5). Pronto, en línea con Su ministración final en el santuario celestial como Sumo Sacerdote, Jesús purificará a Su pueblo de toda iniquidad y pecado confiriéndole Su perfecta justicia. Aquellos que han tenido el hábito de lamentar su decadencia espiritual y llorar por su pobreza de alma, la recibirán, mientras que aquellos que han sido descuidados e indiferentes serán cortados de entre Su pueblo.

¿Serás tú uno de los bendecidos que recibirán el beneficio de Su expiación final y que formarán parte de los 144.000? ¿Permanecerá tu nombre en el libro de la vida del Cordero? ¿Serás purificado completa y permanentemente de toda maldad y serás apto para morar en la compañía de los ángeles inmaculados? Que el Señor nos tenga a todos por dignos. Sé, pues, celoso y arrepiéntete.

“Mientras el pueblo de Dios aflige su alma delante de él, suplicando pureza de corazón, se da la orden: ‘Quitadle esas vestimentas viles,’ y se pronuncian las alentadoras palabras: ‘Mira que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala.’ Se pone sobre los tentados y probados, pero fieles, hijos de Dios, el manto sin mancha de la justicia de Cristo. El remanente despreciado queda vestido de gloriosos atavíos, que nunca han de ser ya contaminados por las corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen en el libro de la vida del Cordero, registrados entre los de los fieles de todos los siglos. Han resistido los lazos del engañador; no han sido apartados de su lealtad por el rugido del dragón. Tienen ahora eterna y segura protección contra los designios del tentador. Sus pecados han sido transferidos al que los instigara. Una ‘mitra limpia’ es puesta sobre su cabeza.”10

Referencias:
1 Los Hechos de los Apóstoles, p. 448.
2 Patriarcas y Profetas, p. 72.
3 El Camino a Cristo, p. 29.
4 Comentario Bíblico ASD [Comentarios de E. G. de White], tomo 4, pp. 1161, 1162.
5 Ibíd.
6 Testimonios para la Iglesia, tomo 5, pp. 542, 543. [Enfasis añadido.]
7 El Conflicto de los Siglos, p. 473.
8 The Signs of the Times, 31 de julio, 1901. [Enfasis añadido.]
9 Profetas y Reyes, p. 431. [Enfasis añadido.]
10 Ibíd., p. 434.