Prefacio Hoy, más que nunca antes, parece que el mundo está en constante cambio. Sinceros deseos de alivio de la opresión, del sufrimiento e infortunio humano motivan un llamado a una reforma en la política, las leyes, las instituciones y la gestión de los gobiernos. Sin embargo, la historia ha mostrado que tales reclamos, encadenados por el propio interés humano o las limitaciones, han fallado o no alcanzaron sus objetivos previstos.La verdadera reforma va mucho más allá de las medidas externas. Comienza con el individuo. Implica un cambio interior que abarca a toda la persona y a su vez, todos los demás aspectos de su vida. Esta clase de reforma sólo Dios puede llevarla a cabo—una reforma espiritual. Pero a fin de lograr una reforma tal, primero una persona debe ser consciente de su necesidad de reforma. Esta obra ha confiado Dios a los verdaderos reformadores—hombres y mujeres que se dedican de todo corazón junto con Él para lograr una reforma verdadera en sí mismos y en aquellos a quienes asisten.La Biblia está repleta de ejemplos de tales reformadores. Dos de los más notables en su tiempo fueron Elías y Juan el Bautista. Elías reprendió intrépidamente los pecados del pueblo de Dios y los llamó a estar de su lado. Juan fue llamado a preparar el camino para la primera venida de Cristo. Su vida, así como la de Elías, fue un reproche a la extravagancia que les rodeaba. Su enseñanza alcanzó el corazón.Como profeso pueblo de Dios hoy en día, somos llamados a mantener un estilo de vida diferente del mundo y enseñar un mensaje que transforma vidas. Debemos preparar el camino para la segunda venida de Cristo. Dios ha dado un mensaje para la iglesia a fin de despertarla hacia la acción, para que sea fiel en dar su mensaje al mundo.“Necesitamos una reforma completa en todas nuestras iglesias. El poder convertidor de Dios debe venir a la iglesia. Buscad al Señor muy fervientemente, eliminad vuestros pecados, y quedaos en Jerusalén hasta que seáis investidos del poder de lo alto. Permitid que Dios os aparte para la obra. Purificad vuestras almas obedeciendo la verdad. La fe sin obras es muerta. No pospongáis el día de la preparación. No dormitéis en un estado carente de preparación, no teniendo aceite en las vasijas de vuestras lámparas. Nadie permita que su seguridad con respecto a la eternidad penda de una mera posibilidad. No permitáis que la cuestión permanezca en una peligrosa incertidumbre. Preguntaos a vosotros mismos con fervor: ¿Estoy yo entre los salvados, o entre los que no lo están? ¿Estaré en pie o no estaré? Sólo el que tiene manos limpias y corazón puro estará en pie en aquel día.”—Testimonios para los Ministros, págs. 450, 451.Dios quiere que nosotros, individualmente y como iglesia, abracemos esta labor. Quiere que reformemos nuestras vidas, nuestras familias y nuestras iglesias. Despertémonos del sueño de la indiferencia. Avancemos en humildad y arrepentimiento y echemos mano de la obra que está delante de nosotros. A medida que la obra de reforma avance, Dios obrará poderosamente, añadiendo su poder a la última amonestación. Podemos ser parte de este movimiento de reforma final y apresurar así la venida del Señor.El Departamento de Escuela Sabática de la Conferencia General